
Volver a esta ciudad siempre me implica una relación ambigua, por un lado me reencuentro con el ambiente de mis años de colegio y universidad, una ciudad alegre, muy nocturna y con una creciente vida cultural, quizá todo esto desde una perspectiva romántica y algo idealizada por mi distancia. Aquí al caminar sé que tengo historia y que estoy en casa, en este lugar no me perdería jamás, me siento más vivo que nunca. Cada vez encuentro más bares, restaurantes, cines, teatros, librerías, bibliotecas, universidades, parques y demás. Pero a la vez de experimentar esa satisfacción surgen ciertos sentimientos de tristeza al ver tanta injusticia a la vuelta de la esquina. La desigualdad económica y social es una marca imborrable entre la gente. Unos cuantos ricos y millonarios, una clase media empobrecida y millares de pobres. Lo anterior se identifica por ejemplo cuando uno está en un centro comercial, réplicas idénticas de los de Estados Unidos o Europa, con almacenes de marca y todas las fantasías de la vida del primer mundo y en las afueras se ven niños vendiendo rollos de papel regalo, baratijas o simplemente pidiendo unas cuantas monedas. En las esquinas los carros paran y familias desplazadas se avalanzan para pedir, vender u ofrecer lo que sea. Bogotá es así, de contrastes, de buses rojos y estaciones que funcionan como un supuesto metro del primer mundo, con avenidas y puentes en constante construcción y "destrucción", con trancones de locura, con vendedores de lo inimaginable, con días lluviosos y oscuros, con atardeceres rojizos y con las mujeres más lindas y mejor arregladas que he visto en años, todas ellas excesivamente preocupadas por su apariencia física. En Bogotá se ven compitiendo por un lugar en las avenidas carros ultimo modelo al lado de carruajes miserables halados por caballos artríticos (las llamadas “zorras”) que por cierto también se ven en Montevideo. Curioso es observar algunos negocios que en muchas ciudades del mundo ya han desaparecido.

A menos de cinco cuadras del lugar en el que me hospedo, en un barrio popular encuentro un garaje acomodado donde se arreglan maletas viejas y se pegan botones y cremalleras. De igual manera se ven locales caseros de videojuegos de mi época y alquiler de videos de películas, muchos de ellos piratas. Muy cerca de éstos también observo un negocio de instalación de parlantes para carros en donde se prueba la mercancía con el máximo volumen posible invadiendo todo el barrio con temas navideños, reggeaton, rancheras y salsa de los setenta. Nadie dice nada, nadie se queja, la gente parece celebrar la música que se mezcla con el ruido del trafico y los gritos de los vendedores ambulantes. Bogotá lo tiene todo y a la vez nada, todo se puede conseguir pero también una simple vuelta o diligencia se puede convertir en una aventura sin regreso. Vaya usted a un banco a consignar o a pagar el recibo de algún servicio publico, tal vez tendrá que hacer una larga fila que poco avanza y al llegar a la ventanilla le dirán bruscamente que en ese banco ya no se paga ese servicio…Pero con todo y eso Bogotá como cualquier ciudad latinoamericana irradia esa adrenalina y esa energía que jamás tendrá una apacible ciudad pequeña o mediana, incluso una grande de los Estados Unidos, aquí obviamente haría la excepción de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Chicago o Miami, centros urbanos que para mi brindan tal aura.

Hace poco, a eso de las 4:30am tomé un taxi en la avenida Caracas con 67, Chapinero, a esa hora llovía insistentemente, no había buses, el TransMillenio no iniciaba labores, sólo pasaban taxis veloces sin respetar semáforos. Vi todo tipo de personajes que deambulaban por las calles, vi ventas de perros calientes y chorizos en una que otra esquina, cartoneros laborando, un amague de pelea entre un hombre y una mujer, borrachos saliendo de bailaderos ocultos, taxistas tomando café al frente de improvisados puestos de venta de comidas rápidas, también pasaban policías en moto pidiendo documentos o haciendo un “break” en su jornada para comerse una empanada con gaseosa o tinto. Urgido por la lluvia y el sueño paré un taxi, le dije al conductor a dónde me dirigía y en menos de 15 minutos estaba ya en el puente de la calle 170 con Autopista Norte, casi mi destino final. A veces tomar un taxi en la calle sin llamarlo por teléfono y en especial a esa hora puede resultar un riesgo mortal: el atraco, el “paseo millonario”, etc. Durante el trayecto el conductor me habló de la gestión de Uribe, del intercambio humanitario con las FARC, de los bajonazos del dólar y de la esperanza de que su equipo de fútbol, Millonarios, quede campeón en el 2008. Tal vez me cobró más de lo que debía pero me di cuenta una vez más en medio del aguacero y de las primeras luces del día que aquí en esta ciudad algunos se mueren de hambre pero nadie se muere de aburrimiento…

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