LA CASA
Entre los años 1973 y 1979, y posteriormente entre 1982 y 1994 vivimos en la casa “de la calle 70”. Así la llamábamos por aquel entonces. La dirección exacta era: carrera 17 No 69 A 39. Una casa que en aquellas épocas de los setenta y ochenta pertenecía a una clase media que perdió poder paulatinamente. Con el tiempo el entorno del sector evolucionó velozmente, todo un barrio camino a convertirse en una incontrolable zona comercial. De repente aparecieron negocios de toda índole, algunos de ellos de “dudosa conducta” para la falsa moral bogotana. En su buena época el barrio se caracterizaba por el tránsito del tristemente desparecido trole que recorría la calle 72 y continuaba su ruta por la carrera 17. Los troles fueron rojos por un tiempo, era una alegría enorme montar en ellos. Me acuerdo que la casa se cimbraba con el paso del “bus con tirantas”. La casa me parecía bonita, en especial el primer piso, contaba con una sala amplia con pisos de madera y una falsa chimenea que le daba cierta imponencia al espacio. El segundo piso tenía habitaciones amplias pero mal diseñadas, algunas se comunicaban atentando contra la privacidad. Había un patio pequeño. Desde el segundo piso se observaba ese patio de matas y helechos atravesado por varias cuerdas en donde se colgaba la ropa. En una esquina descansaba un lavadero de casa vieja. En la otra, dos cilindros de gas como balas gigantes representaban un peligro para toda la manzana. La cocina, que jamás se pintó, era amplia y tenía un comedor color marfil en donde toda la familia, unida por ese entonces, departía el almuerzo del domingo.
Imágenes hay muchas, tantos recuerdos, tantas historias que hicieron parte de una niñez, de una adolescencia y una temprana juventud que marcaron mi vida y que aún permanecen en mi mente dentro de un periodo que hoy lo recuerdo con nostalgia.
Lo pienso ahora: de la casa quedan sólo los recuerdos.
La casa hoy por hoy es un almacén de lámparas cuyo letrero dice “Lámparas Tamat: La luz de su hogar” (véase la foto). La zona está llena de una variedad de negocios que van desde tiendas, panaderías, ventas de lámparas y otros lugares más en donde no se sabría con exactitud que se comercia. La semana pasada caminé en la tarde por el barrio y lo soñé como en aquellos días que lo recorría en triciclo o en bicicleta. Ayer en la noche lo volví a caminar, sentí temor y mucha tristeza, las casas de los amigos y conocidos ya no existen, se transformaron en fábricas de neveras comerciales y en lavaderos de carros. Los amigos ya se fueron, la novia de la adolescencia se habrá casado seguramente, quizá estará divorciada y vivirá en un conjunto residencial a las afueras de Bogotá. El aire es otro. Ahora, el barrio tiene cafeterías en las que se venden almuerzos a 5 mil pesos. En las casas hay cercas, rejas, botellas cortadas en punta sembradas encima de los tejados para que nadie se meta sin ser invitado. La cigarrería de la esquina, “El Globo”, desapareció. El barrio colinda con la zona de la calle 68, sector que siempre me inspiró miedo. La 68 rumbo hacia el barrio 7 de Agosto se relacionaba con la plaza de mercado, los raponeros, el comercio; eso era lo que se contaba durante esos días. Hoy el miedo por esa zona parece ser mayor. Hacia los cerros, el barrio era cruzado por la Avenida Caracas. En la actualidad hoy existe una estación de TransMilenio que le da una ligera atmósfera de falso progreso, más arriba están las casitas de corte inglés de la 11, 10 y 9, residencias para habitantes de otro estatus, hoy convertidas en oficinas. La casa y el barrio evolucionaron, hoy están vestidos con trapos viejos.
Pensándolo bien del barrio queda muy poco, de la casa tal vez ya no queda nada.
Comentarios
Creo que lograste transmitir exactamente lo que sentías. ME he quedado triste. Los años pasan y las memorias se afianzan. Ese es supuestamente el regalo del creador, que nos permite recordar y nos impide conocer el futuro. Pero a veces creo que me gustaría olvidar, asi logro vivir el presente con menos nostalgia.
A.