¿ESTO ES COLOMBIA O SUIZA?

Leí recientemente un artículo de una conocida escritora y columnista sobre los aires arribistas y patrióticos de muchos colombianos, en este caso bogotanos, que frecuentan restaurantes y bares ridículamente costosos solo para simular lo que no son y soñar una ciudad o un país diferente al que viven (o en verdad en el que sobreviven). En el fondo, lo que existe no es más que una experiencia profunda de inferioridad al saberse que lo propio avergüenza y se emula algo para fingir lo que no se es. Además, relacionado con la anterior fantasía, se pretende hacer creer que el país en sí, con sus ciudades publicitadas y a veces sobredimensionadas, tipo Medellín, está incrustado en el primer mundo. Y con el anterior imaginario, aparece por añadidura la superficial y patriótica premisa de afirmar que el país va bien, la economía está en su esplendor, y nosotros los colombianos hacemos parte de un sociedad civilizada, culta e igualitaria. Y aunque este tema ha sido varias veces tratados en este blog, hoy me quiero referir a un hecho que pinta bien esas ínfulas aparentadoras que buena parte de los colombianos, en especial la clase media, posee.
Entre las muchas zonas “gourmet” y de rumba que han nacido últimamente en Bogotá, existe una cercana al Centro en donde en una esquina de barrio hay un restaurante pequeño que bien podría ser un sencillo lugar por su decoración, tamaño y ambiente, algo así como un almorzadero tipo “corrientazo” como se dice en Colombia. Pero aunque al sitio no se le ven características por ningún lado de gran restaurante o de lugar exclusivo, su dueña lo publicita como un lugar exquisito y único. Según ella, en él se ofrece la alta cocina del mundo con una ligera tendencia a la cocina caribeña. Hoy por hoy el reducido espacio se abre solamente con reservaciones y se sirven cenas solamente privadas; de hecho el restaurante en el pasado agrupaba unas cuantas mesas pues no había suficiente espacio. No se niega que su cocinera pueda tener talento para lo que hace pero llama la atención la pomposa difusión que tiene vendiéndolo a los comensales por lo que no es. Hasta aquí uno podría interpretar que el lugar es uno de los tantos restaurantes que juega a engañar a la clientela gracias al florecimiento de la industria gastronómica y hotelera de la ciudad durante los últimos 15 años. En ese proceso muchísimos establecimientos se han camuflado para simular nuevamente lo que no son, y de esta manera satisfacer las pretensiones de nuestra gente que para sentirse original y distinguida sueña con bares y restaurantes de Nueva York, Paris o Barcelona y es capaz de pagar lo que no tiene para seguir en su espejismo. Y sí, la gente paga lo que sea por una comida común o una bebida habitual pero que se rotulan con nombres ostentosos para continuar el juego de apariencia que tanto nos encanta. Lo más penoso del jueguito son los precios que sobrepasarían tarifas de cualquier lugar acreditado en las ciudades antes mencionadas. Y este es el punto que podría llegar a molestar más pues en el mencionado restaurante ubicado en un país tan pobre y devastado como el nuestro, en donde un obrero raso y una empleada de una empresa se ganan un salario mínimo equivalente a 305 dólares americanos mensuales, alguien pueda darse el malévolo placer de cobrar sin sonrojarse por una cena 95 dólares por persona sin incluir el costo de las bebidas dentro de un modesto lugar entronizado a punta de palabra como la meca de la gastronomía local. La burbuja de los precios, la viveza criolla de muchos y los infinitos anhelos arribistas de las capas medias dan para todo, incluso para fantasear, como muchos desearían, que al andar por las calles rotas de Bogotá uno no esté caminado ni viendo la realidad de la ciudad sino esté de paseo por Zurich.

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