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NOTAS ACERCA DE LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA DEL ESPAÑOL Y SUS LITERATURAS EN ESTADOS UNIDOS


Quizá uno de los procesos más complicados para un estudiante latinoamericano o español de doctorado en literatura latinoamericana o peninsular en Estados Unidos surge cuando al graduarse tiene que dar el paso obligado de estudiante a profesor en una institución universitaria pequeña de las miles que hay en toda la nación. A no ser que prefiera retornar a su país, en donde muy seguramente garantía de un buen trabajo no habrá, el personaje en cuestión intentará probar suerte en el país que le abrió las puertas y se vinculará como docente universitario en cualquier institución que le brinde la oportunidad. Como la competencia es feroz y en muchos casos diferentes tipos de presión lo apremiarán, el joven profesional tendrá que tomar lo que en buena ley le ofrezcan. Aunque casos específicos y algunas excepciones se dan, en general este personaje recién desempacado de su doctorado caerá en una pequeña institución privada o pública perdida en un pueblecito de cualquier estado rural del país. La experiencia será enriquecedora en muchos aspectos pero a la vez una prueba beligerante a su vocación. Es un hecho que la gran mayoría de estos “Junior Faculty” no tendrá la posibilidad de vincularse a una universidad de investigación con estudios de posgrado y enseñar los conocimientos que adquirió durante su doctorado sino que tendrá que cumplir con un proceso y refugiarse o escampar en “colleges” privados o públicos en donde básicamente lo que se requieren son profesores de lengua. Y aquí puede surgir una de las primeras decepciones de esta escalera profesional. Aunque aparentemente contratado como doctor en literatura bajo un muy riguroso proceso de selección, el docente se verá en la necesidad u obligación de impartir cursos de español en diversos niveles pues habrá prioridad de éstos por encima de cursos especializados en literatura. Así las cosas, relegados tendrá que dejar sus debates intelectuales y reflexiones sobre X o Y tema que acostumbraba a comentar con sus amigos y profesores durante su época de estudiante para ahora dedicarse en cuerpo y alma a enseñar la lengua de Cervantes de la manera más simpática, didáctica y juguetona. Para muchos esta evolución de profesor de literatura a maestro de lengua no será tan traumática pues no pocos sabían desde el doctorado que la posibilidad de enseñar cursos de literatura en este país podría ser limitada. Algunos compensarán las arduas clases de lengua con un cursillo de introducción a la literatura o con alguna clase relacionada con la cultura latinoamericana o española. Es claro que en varias de estas universidades existirá siempre la posibilidad de enseñar alguna clase de literatura aunque brillarán en exceso los cursos de lengua.
Pero ¿qué tienen de malo las clases de lengua? Quizá la pregunta la tendrían que responder individualmente los cientos de profesores de lengua que estudiaron para ser profesores de literatura y por el camino se volvieron expertos profesores de español. El caso es que para un profesor con ilusión de debate, de reflexión y de lectura crítica, la enseñanza del español como segunda lengua o como lengua extranjera a estudiantes universitarios norteamericanos puede llegar a convertirse con el tiempo en una actividad desgastante y monótona. Pero lo peor podría no ser esa enseñanza mecánica y repetitiva de la lengua disfrazada de juegos y ayudas audiovisuales que el profesor tendrá que asumir en algunas diminutas instituciones privadas para entretener a sus alumnos y congraciarse con su jefe y demás colegas. Lo peor quizá será tener que adaptarse a una vida poco alentadora intelectual o culturalmente. Es decir vivir en poblaciones pequeñas, algunas muy conservadoras y con más características rurales que urbanas. Sumado a lo anterior es posible encontrar casos de constante intromisión de padres o acudientes de los estudiantes pues el presupuesto que estas universidades privadas manejan proviene en buena parte del bolsillo de ellos. Además, fácilmente el nuevo profesor se podría encontrar en estos "colleges" o universidades diminutas con veteranos profesores norteamericanos de lengua que pretenderán “guiarlo” y “aconsejarlo” para que se adapte a su nueva vida, no sin antes ostentar de ser fabulosos y renombrados críticos literarios además de ser magos en la enseñanza del español.
Como no todas las situaciones son similares, existirán esperanzadores espacios académicos en los que el profesor de literatura, hoy convertido en maestro de lengua, podrá combinar sus clases y ejercer el oficio que estudió dentro de ambientes más liberales y democráticos, con estudiantes activos e inquietos. Sé que estos lugares existen y algunos, para ser carambola, pueden estar cerca de grandes centros urbanos en donde la vida cultural y académica requerida para un profesor de este campo está a la vuelta de la esquina.
El verdadero reto para el nuevo profesional se convertirá en descubrir el ambiente académico correcto para que el profesor de lengua o literatura disponga de las herramientas necesarias para desarrollar sus talentos. Encontrar un balance será el objetivo primordial. La misión de cualquier profesor indistintamente estará siempre relacionada con la semilla o la utopía del conocimiento que siembre en sus estudiantes. De algo sí estoy seguro, siempre aparecerá en el aula la minoría que se apartará de la masa para preguntar e ilusionarse con alguna clase, con algún tema, con el sueño de aprender más, conocer más, viajar y empaparse de la “otredad” sin condiciones.
La alternativa que rondará muchas veces, si los compromisos económicos lo permiten o después de haber hecho un ahorro, será arrancar orondo para el país de origen y muy seguramente ganar en vida cultural, académica, social y demás pero a la vez perder en lo económico, en patrocinios a congresos, proyectos de investigación o vacaciones. Qué cada quien entonces escoja lo que más le pueda convenir… El camino no es fácil pero atajos se vislumbrarán hasta que se logre alcanzar la ansiada carretera.

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