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RETRATOS Y EVOCACIONES DE UNA BOGOTÁ (2)


Con la construcción de las rutas de TransMilenio se pensó que muchas zonas de Bogotá marginales y absorbidas por un comercio caótico se ordenarían, recobrarían cierta valorización y en general se rescatarían para la ciudad. En algunos casos esto ocurrió pero en otros el cambio fue apenas efímero. En especial si se habla de buena parte del trayecto de la avenida Caracas que atraviesa la ciudad desde los extremos sur norte y que cuenta con fragmentos de ciudad ceniza, con edificios abandonados, casas deterioradas y legiones de habitantes de la calle. Espacios comprendidos entre las estaciones Flores y calle 57 en Chapinero, o la amplia zona del Barrio Santa Fe entre la avenida 19 y Jiménez son ejemplos claros que sirven para pensar que la ciudad a veces se consume dentro de un comercio absurdo entre legal e ilegal que no respeta ningún tipo de zonificación. Lo anterior como reflejo de una economía irregular y nociva para buena parte de la sociedad en la que los pobres mayoritariamente continúan su eterno maratón para seguir siendo más pobres. La gente necesita sobrevivir y si es preciso la sala de una casa se convierte en tienda o el garaje se transforma en restaurante. Esta metamorfosis se presenta diariamente en muchos barrios bogotanos. Recuerdo el cambio tan agresivo que ha tenido Villa del Prado en la calle 170, de zona residencial pasó en los últimos veinte años a ser una zona comercial en la que la mayoría de locales se construyeron a partir del desmonte de casas con jardines y garajes. Lo que llama la atención es que en buena parte de estos sectores, en un pasado prósperos barrios bogotanos, de casas amplias, edificios con apartamentos cómodos muy opuestos a los cajoncitos que se construyen en el presente, se fueron fermentando por décadas áreas mixtas entre las que se mezclan aún establecimientos educativos, lugares habitados por familias, y a la vez cuadras de ferreterías, depósitos, negocios de variado estilo e innumerables locales de rumba y transacción sexual. El anterior es el caso particular de varios sectores de Chapinero y sus áreas adyacentes. Durante el día, todas estas zonas se observan como territorios en decadencia transitados por centenares de personas que ven interrumpido su quehacer por el paso rápido de los buses rojos de TransMilenio. Con la caída de la tarde el panorama se torna diferente e invita a pensar en zonas de alto impacto que deberían tener un tipo de reglamentación especial, o que tal vez tendrían que estar en otras áreas de la ciudad. Muchos fragmentos de Bogotá desde una perspectiva racional resultan un collage creativo de formas y colores. Son ellos, sectores de comercio formal e informal en los que conviven a la par colegios, jardines infantiles, moteles, lupanares, viviendas familiares, iglesias de diferentes tipos de congregaciones, restaurantes, etc. Todo este cruce de inmuebles y su variado uso resulta incompatible si existieran normas claras urbanísticas que planearan y trazaran el uso del espacio con fines específicos. Simple: en una misma cuadra de 100 metros no tendría que existir un colegio de niños, un taller de carros, un motel y un bar.
Pero también nos queda claro que la idea de normatividad y zonificación en ciudades tan caóticas como Bogotá se derrumba al recordar aquel planteamiento urbanístico de varios lustros atrás de Carlos Zorro Sánchez, profesor de la Universidad de Los Andes, en el que se menciona que nuestras ciudades latinoamericanas jamás alcanzarán la dimensión y el ordenamiento de las del “primer mundo” pues la ciudadanía que las habita no encuadra dentro del esquema de funcionamiento capitalista de aquellos países y ciudades que tomamos como referentes para conformar nuestras propias urbes: “Si nuestra historia, si nuestra economía, si nuestra sociedad son distintas de las de los países que nos sirven de referencia, ¿cómo no esperar que la organización territorial, que los espacios urbanos, que la vida urbana sean también diferentes?” (1). Es decir, mientras nuestro atraso y desgobierno persistan, nuestras ciudades serán espejo de tales fenómenos. La otra mirada ante el mismo hecho, me la recordaba el escritor Mario Mendoza cuando me decía que ese caos, ese revuelto de formas “enriquece”: “A mí como artista me nutre el caos, me nutro de la riqueza, me nutro también de los artilugios y de las artimañas que necesita una sociedad para poder sobrevivir. A mí me parece fascinante, en cualquier otro lugar del mundo yo me aburro y esa es la razón por la cual yo no podría vivir en ningún otro sitio, y no podría escribir la literatura que escribo en ninguna otra parte” (2).














Notas:

(1) Zorro Sánchez, Carlos. “Ciudad formal y ciudad “informal”: anotaciones sobre una
falsa dicotomía”. Revista Texto y Contexto, Bogotá, Colombia, septiembre
diciembre, 1984.

(2) Bernal, Álvaro A. Percepciones e imágenes de Bogotá: expresiones urbanas literarias. Bogotá: Editorial Magisterio, 2010.

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