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ESA ALEGRIA DE GANARLE A MILLOS SIEMPRE TIENE SABOR A JUSTICIA

A propósito de las dos recientes victorias de Independiente Santa Fe sobre Millonarios en la definición de la Súper Liga 2013.

¿Por qué gozamos tanto los santafereños al ganarle a Millonarios? Salvando la obviedad del cliché que afirma que el honor se mantiene al “imponerse al eterno rival”, hay muchas más razones de peso… Este texto de Daniel Samper Ospina, tomado de su libro Volveremos, volveremos, nos sirve para entender esa satisfacción con tintes de justicia poética, aquella justicia que tristemente en la vida real no siempre, o casi nunca, se da.

MINUTO 18: GOL DE LÉIDER PRECIADO

Digo con gratitud que durante todos esos años –37 para ser exacto– el Santa Fe no me regaló estrellas, es verdad, pero sí momentos prodigiosos, destellos de una gloria que quizás sea superior a la victoria misma. De todos ellos, tomo el más emocionante, que sucedió –cómo no– durante otro clásico.
Recuerdo que era miércoles, era de noche y hacia mucho frío. A Léider Preciado le acababan de matar a su hermano por robarle unos tenis. En un barrio popular de Cali, los rateros lo apuñalaron, le quitaron los zapatos y dejaron el cuerpo tirado en la calle. Como muestra ejemplar de su profesionalismo, Léider quiso jugar el clásico a pesar de que apenas había enterrado a su hermano dos días antes. Y tan pronto como tocó el primer balón, las barras bravas de Millonarios comenzaron a cantar:

Léider Calimenio
Oh-ohó- ohó
Mataron a tu hermano
Oh-ohó- ohó

Hay un memorable artículo de Javier Marías en que defiende a Eric Cantoná: el jugador francés que se dejó provocar de un hincha de la primera fila y le lanzó una (desafortunada) patada. En ese artículo, Marías dice que “se da por descontado que el público es respetable cuando hace mucho que dejo de serlo. Quien ha pisado alguna vez un estadio o una plaza de toros ha visto individuos cobardes que, amparados en la distancia y el anonimato, se atreven a gritarles a los futbolistas o toreros cosas que no serían capaces de murmurarle a nadie que estuvieran a dos pasos”.

He recordado muchas veces aquel texto de Marías, ante los agobiantes insultos, muchas veces racistas, que los hinchas lanzan, muchas veces contra su propio equipo. Pero jamás lo había recordado tanto como aquella vez: ¿qué podía estar sintiendo Léider Preciado?, me preguntaba. ¿Qué se sentirá padecer en primera persona el infierno de ese dolor, de esa impotencia? ¿Cómo dolerá por dentro no poder reaccionar ante tanta cobardía, no poder confrontar a ese monstruo anónimo de diez mil bocas que pisotea la memoria del hermano que acaban de matar?

No tengo claro cómo sucedió, no lo recuerdo: es de esos extraños momentos que me ha dado el fútbol en los que olvido el gol, pero recuerdo la celebración.

El hecho es que Léider hizo gol esa noche. En lugar de doblarlo, los cánticos ejercieron en él el efecto inverso: Léider hizo gol y se deslizó por toda la tribuna norte y, como una mantequilla sobre una tostada, los embadurnó con su gol: se atravesó de un lado al otro con el dedo índice en la boca, para callarlos. Y los calló. Los calló a todos con ese gol. El fútbol me estaba regalando un momento de justicia poética imposible de olvidar.


Daniel Samper Ospina, páginas 49-52, Volveremos, volveremos Bogotá: Aguilar editores, 2012.

PD: el clásico citado en este escrito se jugó el miércoles 16 de septiembre de 2004.

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