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LO QUE QUEDA DEL TRANSMILENIO

Espero el TransMilenio en la estación La Campiña rumbo a la estación Calle 72. El bus articulado que me sirve es el F19. Son las 4 de la tarde, se acerca la hora pico. La estación comienza a llenarse de estudiantes, padres y madres de familia, obreros, mujeres solas camino a sus casas, niños y adolescentes. Sorpresivamente las puertas en donde paran los buses se abren, los censores están dañados, comienza el desfile de colados, 1, 2, 3, 4, 5 muchachos entre los 12 y 17 años abren las puertas de manera intencional desde afuera y se meten con mirada de “yo no fui”, se ríen burlonamente, no hay control. Al otro extremo hay un solo policía bachiller hablando con una agraciada pasajera. A los muchachos colados les da ataque de risa nuevamente, tan chistosos y valientes, digo yo. ¿Será que saben qué es civismo?
Observo también como señoras con paquetes, hombres de corbata y jóvenes de todas las edades se saltan la reja de metal para no entrar a la estación por donde deberían. A todos les da lo mismo, manejan una lógica diferente, nadie dice nada. Descubro que hay partes en donde la reja está vencida, tanto peso todos los días hace que vaya cediendo. Se ve ya aplastada la pobre.
Llega un TranMilenio en sentido contrario, no es el mío. Se baja la gente desbocada, algunos tampoco salen por donde deberían hacerlo, abren las puertas de vidrio y se botan a la piscina de la calle. Están ahorrando tiempo, tan inteligentes y creativos.
Sigo esperando el bus que no llega. Es el F19. Pasa el H4, todos los G y sus combinaciones. Hay un tablerito luminoso que anuncia que en 7 minutos arribará, pasan los 7 minutos. Ahora dice que en 2 llegará el esperado F19. Pasaron los 2 minutos. Ahora sí es en serio: el tablero dice que viene en 8 minutos. Le voy a creer…
Más o menos a los 9 minutos (los conté) llegó. Sorpresa: no va tan lleno, pero en esta estación se sube media ciudad. Arranca lentamente y hace la correspondiente parada en la estación Suba Transversal 91, ahí se acaba de espichar todo el mundo (espichar, muy gráfico el verbo). Voy de pie contra un vidrio de una ventana. Se sube un man que vende maní, con acento paisa vocifera: “señores, señoras y señoritas me disculpan pero soy padre de familia y debo responder por la educación de mis hijos, el maní que les traigo es el de mejor calidad, esta bañado en champaña”… el bus se detiene en varias estaciones, hoy todos los semáforos están en rojo. Más y más gente se sube, nadie se baja. En el TransMilenio por ley los pasajeros no se bajan, todos se suben... Calle 100, estoy ahogado. Ojala la virgen se apiade y lleguemos pronto a la 72. En otro vagón se escucha un muchacho que vende “oro brasilero”: “esto lo vendo en San Andresito caro pero por ser a ustedes se los voy a dejar baratico”. En medio del tumulto hay gente que compra. “¿Tiene vueltas de un billete de 50 mil?”, grita una señorita en ajustada minifalda. “Claro, mamita”, le responde el vendedor. Me entretengo con la venta. El vendedor se abre camino a las buenas o a las malas. Nos acercamos a la avenida Caracas, veo el monumento a los Héroes, ya casi corono el viaje. La 72, la 72, la 72, llegué. Descender del bus es casi imposible, se bajan cerca de 8 personas por vagón y se suben 14, todos al tiempo, nadie cede, a nadie se le da un centímetro, aquí se gana de malo y de “guache”. Paso, empujo, digo perdón, vuelvo a empujar, la señorita en mini me mira mal, que yo sepa no le hice nada. Llegué a la orilla, estoy sano y salvo, eso creo. Mareado. Ya afuera respiro y pienso que en cuatro horas estaré de vuelta haciendo las mismas maromas. Me pregunto ingenuamente, ¿y el metro como para cuándo? ¿Y el civismo? ¿Y las normas de convivencia pública? ¿Será que la culpa de todo esto la tiene el alcalde Petro? Bueno, eso es lo que dicen los medios y lo que las mayorías repiten como loros.

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