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DETECTIVE SANTRÉ – EL CASO CHANG



La novela negra colombiana tiene ahora un detective peculiar que vive en un barrio tradicional bogotano. Un intelectual bohemio que reparte su tiempo enseñando clases de literatura en universidades y resolviendo misterios en una ciudad tan convulsionada como Bogotá. Los diferentes casos que enfrenta este profesor universitario, que por los azares y albures de la vida termina volviéndose detective privado, ocurren dentro de una mole de cemento tan agresiva e incierta como Bogotá. Santré, el detective en cuestión, intenta entonces solucionar enigmas urbanos relacionados particularmente con asesinatos y desapariciones. Y en ese camino también narra su vida, sus tristezas, debilidades y gustos.


En cuanto al estilo narrativo que usa Julián Nalber se puede decir que es simple, espontáneo y ante todo amateur, este último adjetivo enunciado por el mismo autor: “en la novela hay varias imperfecciones, este es un tiro al aire que se seguirá disparando hasta que dé o se acerque al blanco pues continuaré paulatinamente con nuevas aventuras del personaje”.

Si hablamos de influencias, es obvio que se reconocen en su narrativa rastros de los autores sobresalientes del género  negro. En especial el policial duro español, argentino y chileno. Todos adaptados, de cierta manera, al escenario colombiano. La novela en concreto sigue un modelo de episodios cortos y sencillos de fácil lectura, todos ellos cumplen con el simple objetivo de entretener. En realidad, no parece haber mayores pretensiones estéticas o vanguardistas. Lo que queda como eco después de leer esta corta novela es el deseo del autor de crear una saga.

Los lectores que se enfrenten a esta primera historia de aventuras, muy probablemente se engancharán desde el principio y quizá algunos quedarán interesados con miras a una potencial segunda novela del mismo detective.En cuanto a las expectativas de la novela para su autor parecen haber muy pocas pues como él mismo lo comenta irónicamente lo que espera es que: “algunos lectores la lean, se diviertan y que, en un futuro, tal vez en 30 o 50 años un alumno vago pero inteligente de un colegio distrital de Bogotá escriba un ensayo acerca de esta u otra aventura del protagonista”.

A la pregunta de dónde se puede conseguir la novela Detective Santré – EL caso Chang, Nalber responde: “La distribución de un libro es muy difícil. Si no estás firmado por una editorial poderosa, si no tienes padrino o madrina en el medio o en los medios de comunicación; si no cuentas con recursos para hacerle publicidad a tu trabajo o un agente literario que te lleve un itinerario comercial (negocios), lo más seguro es que estés condenado al anonimato. Sin embargo, en el presente hay nuevas formas de promoción y los autores independientes pueden hacer un poquito de bulla que en el pasado no se podía. Ya hablando de la novela, ésta se puede adquirir en Bogotá, en la librería Casa Tomada (se vendía también en la recientemente desaparecida librería La Madriguera del Conejo), y en Amazon.com (USA). El precio es el equivalente al costo de 4 cervezas frías del presente (2017) en un bar de estrato 3 de Bogotá.

A los interesados en contactar al autor, su cuenta en Facebook es: Julian (sin acento) Nalber y su correo electrónico oficial: nalberjulian@gmail.com

Aquí el primer capítulo:

Nunca antes pensé que iba a terminar dedicándome a este trabajo. Aunque me llamaba la atención lo veía como un oficio en el que se necesitaba una personalidad más aventurera y audaz. En todo caso, paulatinamente me organicé en esto y como dicen por ahí, hay que arar con los bueyes que se tiene. En verdad, mi vida, después de la desaparición de mis padres, estuvo directamente centrada en mi propia individualidad, alejado y únicamente enfocado en la profesión de entonces. Fui profesor por horas en varias universidades de la ciudad. Enseñé literatura en muchas facultades que, con el correr del tiempo, se fueron cerrando por las demandas de la vida contemporánea. El presente exige adiestrar futuros capitalistas enamorados de lo material, del consumismo brutal y del arribismo. No hay espacio para algo diferente. En épocas de profesor aprendí quizá más de lo que pude haber enseñado. Conocí de cerca todas las dinámicas de ese mundo académico con sus vanidades y mentiras. De esos tiempos me quedan algunos amigos y conocidos que me encuentro por toda la ciudad. Unos me reconocen, otros me ven y ponen cara de no acordarse. Entre mis clases y mis eternas caminatas de profesor gaviota aprendí a coexistir con Bogotá. No fue fácil, la ciudad cambia cada semana, cada mes. La que conocimos ayer ya no existirá mañana.


Después de renunciar a mi labor académica me dediqué a formalizar mi nueva profesión. De la vieja casona, compartida con colegas en el barrio Teusaquillo, pasé a un apartamento muy pequeño en la zona comercial de Chapinero, abajo de la avenida Caracas. Un apartamento acomodado a las malas que contaba con lo necesario y que sigue siendo un lugar bueno para pensar y dormir, pero que a veces es ajeno a ese sueño que alguna vez tuve de vivir en un barrio cercano a la avenida Circunvalar. Mi amistad con Lorenzo Perdomo fue clave para vincularme a este nuevo mundo. De niños asistimos los dos al mismo colegio de curas que quedaba en la calle 60 con 16 y que ahora lo aburguesaron más, cambiándole de nombre y mudándolo al norte de la ciudad. En esos patios del colegio fuimos felices en los campeonatos de microfútbol y en las fiestas de fin de año. En la adolescencia fuimos los mejores amigos y tuvimos mil aventuras que iban desde las más inocentes hasta aquellas que guardaron algún peligro y que, por ahora, no quisiera compartir. El hecho es que de él aprendí el oficio y de su experiencia me agarré por un par de años para ganar o tener ese olfato en procura de descubrir la verdad. Perdomo era sagaz y osado, tenía la mentalidad de un buen ajedrecista, rápido cuando necesitaba serlo, calculador y reflexivo cuando el instante lo requería. Contaba con un olfato agudo que le ayudaba a anticipar lo que se le venía. Aunque por mucho tiempo estuvimos distanciados, creo que jamás perdimos el contacto. Perdomo se ausentó por muchos años y realizó sus estudios superiores en Quito. Yo por mi parte estudié en una universidad pública que ahora recibe a una clase media disminuida, parte de una masa damnificada del sistema que a codazos vence su destino y alcanza a colarse en busca de algún conocimiento extra en procura de una vida menos trágica. Mi gran escuela para este trabajo se la debo a Perdomo, no tengo reparo en decirlo. Sus contactos también los heredé y de ahí que muchos de ellos me traten como si fuera él. No quiero pensar en recuerdos ni en historias pasadas, ya habrá tiempo para eso. Por ahora solamente deseo expresar esa gratitud que no quiero que se pierda en el diario sobrevivir. Suele pasar que cuando alguien se va, al principio lo lloramos y después solamente quedan imágenes y palabras dispersas. Con el paso del tiempo la evocación cada vez es menor hasta llegar al común olvido. No quiero que eso suceda con Perdomo. A él lo recuerdo cada vez que salgo adelante en un caso o cuando logro llegar a una meta que parecía muy lejana. Suelo recordarlo cuando en esta labor, al menos por unos momentos, me siento satisfecho con el trabajo ejecutado. Claro, esto no siempre pasa.




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