COLEGIO ANTONIO NARIÑO – HERMANOS CORAZONISTAS, EVOCACIONES OCHENTERAS
Entrega final
No podría decir que todo era negativo en el colegio, digamos que mal que bien la disciplina represiva para muchos les pudo servir para formar un carácter sólido y quizá, fue un estímulo para seguir sus objetivos profesionales. Para mí no lo fue, con el tiempo la entendí como una época dictatorial, una educación poco holística, unidimensional y distante de lo que se necesitaba (y todavía se necesita) en un país como Colombia. Más de uno retrucará que gracias a esa formación algunos pudieron llegar a ser médicos, ingenieros, abogados, etc. Eso no lo contradigo. No hay duda, el aprendizaje memorístico ayuda a obtener buenos resultados en los exámenes y a lograr diplomas. Pero de eso no se trata la verdadera Educación. En eso años lo que más se fomentó fue la competencia, el poco trabajo colaborativo, la entronización de la minoría de estudiantes que en una clase marchaba a la vanguardia de lo que decía un profesor; los otros no importaban para el sistema. Los otros que se fueran y que buscaran nuevo colegio. Lo anterior para nada cercano al pensamiento o a la ideología "cristiana" de la que se ufanaban los Hermanos Corazonistas.
Algo que también debo mencionar es que lustros después conocí estudiantes de colegios Corazonistas de ciudades como Barranquilla y Medellín, y aunque coincidíamos en varios aspectos, ellos me contaban que su realidad y el acercamiento pedagógico de esas instituciones no era ligeramente parecido al de Bogotá. Por todo lo anterior, pienso que el colegio de la capital era el más anticuado y anacrónico en su enseñanza.
Dentro de mi cartilla de juventud y niñez de esos días, tengo imágenes positivas de las jornadas deportivas de los viernes y sábados en donde los partidos de microfutbol se llevaban el máximo interés de la mayoría de los estudiantes. Allí, jugué partidos memorables, grandes triunfos y amargas derrotas como es la vida misma. Claro, también rememoro que en sexto (primero de bachillerato) ganamos el cuadrangular final y le dieron al equipo un trofeo. Obviamente, hubiera sido mejor una medalla para cada deportista, más sabiendo que éramos niños de 11 años que soñábamos con quedarnos con un recuerdo de aquellas gestas (¡sentido común, por favor!). Lo anterior lo digo porque el trofeo lo rifaron entre todos los miembros del equipo y se lo ganó un compañero que casi nunca asistía a los partidos.
En noveno, después de haber recibido mi carta de despido, algo como: “por aquí no lo queremos volver a ver más, joven”, finalicé el bachillerato en un colegio de barrio en el que viví la otra cara de la moneda: los estudiantes mandaban, los profesores acataban y la administración feliz mientras se pagara la pensión. “Todos los extremos son viciosos”, dice el trillado refrán. Esa educación memorística, de la que he hablado, me sirvió para cursar décimo y once en un “hueco” de colegio, con la tranquilidad que tiene un turista europeo rico de paseo por Cartagena. Después, ingresé a la universidad pública en la que parcialmente alcancé una educación integral y democrática, por lo menos libre de tanta apariencia, y cercana a la realidad nacional. Esa realidad que muchos quieren ignorar y que sigue dividiendo la sociedad dentro de una pirámide social vergonzosa, en la que hay estratos como castas y en la que la educación pública (principalmente la de colegio) es sinónimo de pobres. Por eso en Colombia la clase media arribista y las capas altas deliran con estudiar en colegios bilingües (mejor si tienen nombres anglos o afrancesados), e ir a algunas universidades privadas en las que hay que pagar fortunas para hacer “buenas conexiones”, meta de muchos.
Que nadie se llame a equívocos y que se guarde la respectiva perspectiva temporal, todo lo que he expresado aquí pertenece a un pasado. Muy seguramente, y espero que así sea, todo esto haya quedado allá en ese pretérito y el presente sea muy distinto. Nuevamente estos recuerdos pertenecen a la jornada de la mañana y más que una crítica destructiva, son apreciaciones y comentarios basados en mi anecdotario de juventud. Cada cual tendrá su versión de los hechos, la mía es esta y no me he traicionado un ápice en todo los sucesos que he registrado en estas entradas.
Comentarios
Recuerdos muchos, los castigos, los profesores (algunos buenos, otros no tanto): el memorizarme todas las estrofas del himno nacional, Pedro Pongutá, el salón de dibujo técnico, la formación para entrar con ese frío por las mañanas, el delegado del curso (yo también fuí uno, me gane el cargo a punta de gastar empanadas), el paseo por vender muchas boletas, la semana cultural, los reglasos en las manos, los partidos de banquitas, los test de cooper en el parque de la Cra 18, la profesora de inglés que nos hacia llenar un cuaderno entero con vocabulario (gracias a ella es que ahora tengo buena base de inglés), muchos otros recuerdos que marcaron mi niñez y preadolescencia.
Un saludo.