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W H I S K Y


A pesar de que lo sigo atentamente y con mucha ilusión, el cine latinoamericano me llega tarde, o tal vez llega tarde a muchos lugares por su precaria promoción. Ya había visto la película uruguaya Whisky (2004) en Bogotá, esta vez quise volverla a ver para confirmar mi admiración ante una historia realizada en un país de muy poca producción cinematográfica. Mis alumnos norteamericanos siempre se quejan de la lentitud y de la falta de acción de la mayoría de películas latinoamericanas que han visto; ellos acostumbrados a otro tipo de temática y de acercamiento a este lenguaje, muchas veces se pierden ante los laberintos temáticos de la filmografía latinoamericana que precisa de un contexto o un conocimiento introductorio del cual carecen. Whisky empataría perfectamente en esa perspectiva de lentitud y estatismo, sería un somnífero para algunos de mis estudiantes. La película se desarrolla en la melancólica capital uruguaya y sin necesidad de contar una historia complicada deja constancia de una trama simple, del día a día, en la que poco sucede pero que por el contrario invita a pensarla cuidadosamente. Con dosis y chispazos de humor seco, con miradas al horizonte en medio del encuentro de dos hermanos que hace mucho tiempo no se ven y que se reencuentran nuevamente por una razón familiar, la cinta retrata los miedos, la incomunicación y la apariencia en una sociedad que ya tiene una cartilla escrita para distinguir quiénes son los buenos, los malos, los exitosos o los perdedores. El cansancio cotidiano, la vejez y la capacidad de asombro perdida u olvidada llegan a su máximo nivel en una narración impecable que a su vez imprime ese paisaje gris de fondo que nos hace recordar la Montevideo triste de muchas de las historias de Mario Benedetti. No sobra un reconocimiento extra y póstumo a Juan Pablo Rebella, uno de los creadores de este sutil y bien elaborado film que penosamente se suicidó tiempo después de que su trabajo comenzara a recibir diversos premios por el mundo.

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