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VAYAMOS POR PARTES IGUALES


Nadar en las gélidas aguas del mar de las editoriales académicas colombianas puede llegar a ser traumático como sucede en tantos y variados campos de la “colombianidad”. Desconozco si esto también sucede en otros países, quizá será parecido, pero estoy seguro que en muchas latitudes habrá una mentalidad más abierta, más universal, menos parroquial y mercantilista. En otros lugares no se pensara tanto en el negocio y lo más importante: habrá políticas más participativas y democráticas, palabras que se usan constantemente y que en la realidad se maquillan bien en nuestro medio (ahora me acuerdo de la famosa “seguridad democrática”, tan de moda en los últimos ocho años). Supongo que en Colombia se ha avanzado en número de editoriales académicas pues ya no serán las 5 de siempre. La mayoría de universidades en Colombia cuentan con sus propias editoriales aunque en varios casos éstas sean solo fachadas. Desde luego que en tales editoriales existirán posibilidades de publicar textos basados en investigaciones, disertaciones de maestrías y doctorados, y manuscritos que no necesariamente busquen una audiencia masiva sino por el contrario tengan un público especializado.
Sin embargo, lo que no se ha erradicado (y temo que jamás sucederá) en el país son los circuitos y la telaraña laberíntica del funcionamiento de ese protocolo editorial cantinflesco en donde, como buen reflejo de la nación, uno se estrella con todos los vicios de nuestra querida Colombia: amiguismos, “contactos”, “recomendaciones”, “lagartería”, incumplimiento, corrupción y demás, todo un largo poema al “arte del lobby”… En verdad, la mayoría de estas editoriales, casi todas universitarias, están en una frontera porosa que mezcla, por un lado la quiebra económica y por otro, un funcionamiento muy mecánico de “rosca” y/o de “palanca”.
De esta forma, el que intente entrar en el circulito muy seguramente morirá en el intento. Frases como: “¿Quién lo recomienda?” “¿Usted es amigo de Fulanito?” “Vayamos por partes iguales”, “solo publicamos trabajos de nuestros maestros”, “en nuestra universidad publicamos únicamente textos que hablen de nuestra región pues algo de otra parte no vende, no nos interesa”, “llámame y yo te cuento”, “envíame un email y yo te respondo”, “perdimos tu archivo, mándanoslo otra vez y en un mes te respondemos”, etc.
Si uno le sigue el juego a esta espejo simbólico de nuestra “colombianidad” iniciará un víacrucis agotador y desgastante, pues a muchos de estos personajes que manejan estos hilos de escaso poder les encanta que se les adule, que se les llame y escriba (así jamás respondan o simplemente boten a la caneca el texto en cuestión), algunos aman que se les diga doctores/as (otra tara muy colombiana), se sienten más que importantes si se les hace una larga antesala, disfrutan incumpliendo citas, reuniones y encuentros, etc. Así las cosas, muchos investigadores y académicos terminan por mirar otros horizontes, otros mercados menos viciados pensando en publicar sus proyectos y estudios en otros países en donde las condiciones sean más favorables y menos anormales, aunque toda la puesta en escena anterior en Colombia se hace ver y entender sagazmente como un proceso normal a seguir, “un derecho de piso” que se debe consignar por adelantado, algo así como el pago de un “cover” para tener el derecho a ingresar a una fiesta que sorprendentemente resulta ser privada aunque se haya promocionado como un evento público.

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