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CONTINUACIÓN (III) PA QUE SE ACABE LA VAINA DE W. OSPINA


Fragmentos para reflexionar (III) del libro: Pa que se acabe la vaina de W. Ospina
Editorial Planeta, 2012.

Páginas 121-237.

- Alguna vez el director de uno de los grandes diarios de Bogotá declaró que en Colombia siempre se había vivido bien, sin sobresaltos y en paz, hasta cuando Gaitán apareció con el discurso de que el pueblo era oprimido y de que existía un problema social. Añadió que a partir de aquel momento se había convulsionado el país. (Página 123)

- Pero ¿cómo podía el director del principal diario nacional no ver lo que tenía ante sus ojos, no advertir que existía la pobreza, que existía el abuso, que por todas partes persistían fenómenos aberrantes de esclavitud aceptada como eterna servidumbre, que cuatro siglos después de la Conquista y más de un siglo después de la Independencia existía no la mera exclusión sino el exterminio de indígenas en los Llanos Orientales. (Página 124)

- Cuando en 1950 fue elegido para la presidencia Laureano Gómez, ya la violencia estaba desencadenada sobre el territorio. El gran fanático había llegado al poder a edad avanzada y con mala salud, y eso le impidió configurar plenamente su dictadura fundamentalista. Pero hasta el gobernante sectario advertía que el modelo mental que procuraba imponer en Colombia era inclemente y perverso. (Página 135)

- En vano se esforzó Mario Arrubla por demostrar que nuestra precaria burguesía no tenía voluntad de industrialización, que el crecimiento de las ciudades, desordenado y dramático, solo traería pobreza, marginalidad y nuevas formas de violencia. Nadie lo escuchó, quizás porque es una ley de la naturaleza que la plutocracia colombiana solo se escuche a sí misma, o quizás porque el negocio estaba precisamente en no escuchar esas advertencias. (Página 143)

- Uno se pregunta cuál es la causa de esa desmedida reacción antipopular de la élite colombiana; qué es lo que la lleva a declarar subversiva y comunista toda protesta, a tratar a los estudiantes que arrojan piedras como a siniestros terroristas, a los campesinos que reclaman cambios como a guerrilleros infiltrados, a los ciudadanos que marchan como peligrosos rebeldes. (Página 168)

- La primera impresión que tienen de Colombia los viajeros es la de un pueblo dulce, hospitalario y feliz, tan acogedor, que a veces no pueden creerlo, y les cuesta aceptar la verdad de esa trama de acumuladas tragedias y desdichas que solo puede describir quien lo conoce. El país siempre muestra una superficie engañosa, no necesariamente por hipocresía sino por una terca necesidad de convencerse de que las cosas no van mal. (Página 171)

- Todos esos esfuerzos por encontrar un culpable de nuestras pestes evitaban el problema central: preguntarse quién arrojó a los guerrilleros a la insurgencia, a los delincuentes al delito, a los pobres a la pobreza, a los mafiosos al narcotráfico, a los paramilitares al combate, a los sicarios a su oficio mercenario, sino una manera de gobernar al país que cierra las puertas a todo lo que no pertenece al orden de los escogidos. (Página 179)

- Fue un hijo de Laureano Gómez, Álvaro Gómez Hurtado, quien, para magnificar su amenaza, inauguró la costumbre de llamar a todo núcleo de campesinos exigentes “repúblicas independientes”, y logró que el gobierno respondiera con furia aniquiladora a esos reclamos. (Página 185)

- Una de las constantes de la historia de Colombia es el hecho de que dondequiera que hubo una bonanza económica, una fuente de riqueza, surgió una guerra. Sabemos de las guerras del oro que ensangrentaron el territorio en el siglo XVI; sabemos de la guerra de las perlas de Cumaná y del cabo de la Vela, que hicieron la fama de Nueva Cádiz en Cubagua, de Margarita en Venezuela, de Manaure en La Guajira colombiana. (Página 203)

- Lo cierto es que en el gobierno de Virgilio Barco, un gobierno que representaba bien cuán desentendida de la historia estaba ya la dirigencia nacional, y cómo el país estaba en poder de las furias, un nuevo fenómeno de pérdida de poder de la institucionalidad se apoderó de Colombia: el paramilitarismo. (Página 219)

- Las grandes cosas por la gente no las hace el Estado, las hacen los particulares que lograron abrirse camino a pesar de la persistente adversidad. Porque hay que decir que en el mundo oficial, en forma creciente, es tanta la insolidaridad, que ni siquiera los gobiernos de la élite tienen ya proyectos compartidos, sino que cada uno llega a acabar con los proyectos de quienes lo precedieron. (Página 229)

- Tenemos que escapar de este esquema de país donde una casta oprobiosa trató siempre a su pueblo como intruso, y construyó una tierra de nadie donde ni siquiera ella podía vivir tranquila. Donde no se puede perder de vista el equipaje un solo instante, donde el momentáneo extravió de un niño produce una angustia indecible, donde si alguien no se reporta en varias horas hay que empezar a temer lo peor, donde para que una persona indígena o negra sea apreciada por el poder tiene que realizar las mayores hazañas imaginables, donde los bordes de cada carretera son un peligro mortal, donde muchos piensan que confiar en los demás es arriesgarse. (Página 231-232)

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