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OTRO LIBRO DE WILLIAM OSPINA QUE DEBERÍA SER DE LECTURA REQUERIDA PARA ESTUDIANTES DE COLEGIO Y UNIVERISIDAD EN COLOMBIA

Fragmentos para reflexionar (I) del libro: Pa que se acabe la vaina de W. Ospina
Editorial Planeta, 2012.

Páginas 1-50.

- En Colombia, la propiedad vive hoy conflictos idénticos a los caracterizaban las tropelías de los conquistadores del siglo XVI. Millones de pequeños propietarios de tierras han vuelto a ser despojados a finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI, como lo habían sido las poblaciones de pequeños propietarios campesinos en la violencia de los años cincuenta, y como lo habían sido antes con las guerras civiles del XIX: expulsados para siempre de sus tierras a través de un fenómeno cuya repetición cada tantas décadas solo revela que algo esencial de la democracia no logró ser instaurado en nuestro orden social, que el Estado no logró convertirse en verdadero legitimador y protector de la vida y de la propiedad. La violencia, a veces tolerada cuando no patrocinada por el propio Estado, siguió siendo el ominoso manantial del orden legal. (Páginas 13-14)

- Cuando alguien dijo que la principal diferencia entre los partidos colombianos era que los conservadores iban a misa de cinco y los liberales a misa de ocho, no estaba haciendo una broma sino desnudando la esencia de una de las mayores derrotas históricas de la política colombiana. (Página 17)

- También en los Estados Unidos el punto ciego de la construcción de la república fue la actitud hacia los esclavos y hacia los indios: allí se detenía bruscamente el discurso de la igualdad y de los derechos humanos. Pero los nativos habían sido casi exterminados y los esclavos eran una minoría frente a la masiva inmigración de europeos, por eso pudo abrirse camino una teoría de la igualdad ante las instituciones que intentó ser confirmada en lo posible con el formidable esfuerzo liberal de Abraham Lincoln. (Página 19)

- Al periodo que va de 1880 a 1930 lo llamamos en Colombia la república conservadora. Corresponde a la Constitución centralista de 1886 y tuvo comienzo con el gobierno de la Regeneración, que sometió al país a una alianza entre los terratenientes y el clero, prohibió la lectura libre durante buena parte del siglo, educó al país en el racismo, la intolerancia con las ideas distintas, la mezquindad como estilo de vida y el irrespeto por los derechos de los ciudadanos. (Páginas 23-24)

- En el país más mestizo del continente, donde las uniones maritales se daban de hecho entre gentes de todas las razas, no hubo nada más perseguido que el amor libre y nada más discriminado que los hijos de uniones no bendecidas por la Iglesia, que eran seguramente la mayoría. ¿Cómo puede quererse a sí mismo un país que crece en el odio por los indios y los negros, que son el origen irrenunciable de la mayoría de la población? ¿Cómo puede crecer sin intolerancia y sin resentimiento un país donde los hijos del amor son proscritos y considerados ciudadanos de segunda categoría? (Página 24)

- La elite que heredó la república y la dominó durante dos siglos fue la encargada de perpetuar el discurso colonial. Durante mucho tiempo el modelo escolar estaba hecho para reproducir unas cuantas verdades eternas: que había unas metrópolis a las que había que imitar en todo; que la Iglesia católica era el único credo, fuera del cual no hay salvación; que el matrimonio por la Iglesia era la única fuente de legitimidad social; que Colombia era un país blanco, católico, de origen europeo; que nuestro deber era hablar una lengua de pureza castiza, y que la democracia sólo exigía respeto absoluto por las autoridades, sometimiento total a las normas, obediencia al Estado y a sus fuerzas armadas. (Página 26)

- … recién en las últimas décadas han empezado a verse tímidamente espacios como el parque Simón Bolívar en Bogotá, donde se realizan a veces eventos masivos. Y hasta allí es posible advertir que una ciudad de esta magnitud no tiene escenarios para grandes espectáculos, de modo que terminan cobrándoles fortunas a los asistentes por escuchar un concierto entre el frío y el barro, en la más deplorable incomodidad. (Páginas 27-28)

- Y hace muy pocos días se reveló que un Estado que invierte fortunas en armas y en ejércitos tiene para todos sus museos en el territorio nacional un presupuesto que sería insuficiente para uno solo. Por eso nadie tiene tanta razón como Fernando Vallejo, el gran impugnador de un orden social irrespetuoso e inicuo, quien ha dicho que lo único que esta dirigencia mezquina y sin sueños le enseñó al país es el arte miserable de dividir una servilleta en cuatro. (Páginas 28-29)

- ¿Qué hizo a los dirigentes tan mezquinos y tan capaces de despreciar al pueblo? Seguramente la convicción colonial de que les había tocado administrar un país de tercera categoría, el dolor de no haber nacido en España o en Francia o en los Estados Unidos; tener que resignarse a derivar su riqueza de este suelo y a convivir con lo que siempre llamaron “un país de cafres”. (Página 29)

- Cuando Jorge Isaacs, a finales del siglo XIX, hizo un libro sobre las lenguas y los mitos de los pueblos indígenas del Bajo Magdalena, el propio presidente de la república, Miguel Antonio Caro, prohibió su publicación, porque el escritor estaba defendiendo el valor de unas lenguas y unas costumbres que el gobierno ya había decidido eliminar, sujetando a las comunidades indígenas al poder disolvente de las misiones religiosas. Y el maestro Rafael Campo Miranda, autor de algunas de las cumbias y de los porros más memorables de nuestra música, ha contado que en los clubes sociales de Barranquilla hasta los años sesenta estaba prohibido tocar porros, porque la única música respetable era la de las orquestas internacionales. (Página 30)

- En Colombia se abrió camino hace mucho la afirmación de que “la ley es para los de ruana”. Se llamaba “los de ruana” a los campesinos y las gentes humildes, en contraste tal vez con indumentarias más lujosas o más urbanas. Pero esa frase delata de qué modo la ley perdió su universalidad y se volvió selectiva: se aplicaba de manera distinta para diversos sectores de la población. (Página 36)

- Es muy reciente en Colombia ver a miembros del Congreso o a oficiales de las Fuerzas armadas juzgados y condenados en los tribunales, y nadie ignora que también en el pago de las penas hay jerarquías, que la prisión de ciertos ministros consiste sobre todo en tener dónde cabalgar por las mañanas. (Página 37)

- Aquí todo el mundo entiende la frase “los dueños del país”, aquí con demasiada frecuencia las gentes humildes se dicen unas a otras que esos males son eternos, que es inútil que alguien quiera cambiar las cosas porque “no lo van a dejar”. (Página 42)

- No es raro que hayan sido grandes oradores quienes redactaron nuestras constituciones, y el que tuvo efectos más duraderos fue Miguel Antonio Caro, limitado poeta aunque notable traductor de Virgilio, un hombre que sólo hablaba latín bajo los sietecueros de la sabana y que nunca salió del altiplano, ni siquiera para saber qué clase de país era este al que él le estaba dando forma en las instituciones. Para el espíritu que gobernaba a Colombia, y para la lógica del centralismo creciente que se abrió camino después de la derrota de los federales, nada más conveniente que un académico encerrado en la gramática y en los incisos, para construir el armazón de unas instituciones que borraban a los indios y a los negros, a las selvas y a los valles ardientes, a los jaguares y a las anacondas, a los océanos y al mundo exterior. (Páginas 46-47)














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