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COLEGIO ANTONIO NARIÑO – HERMANOS CORAZONISTAS, EVOCACIONES OCHENTERAS

Primera entrega

Estudié entre 1982 y 1986 en el Colegio Antonio Nariño de Hermanos Corazonistas, que por aquel entonces quedaba en el barrio Chapinero de Bogotá, más exactamente entre las calles 60 y 61 con carrera 16. El colegio contaba con una jornada tradicional masculina, cuyo horario era de 7am a 1:30pm, y una naciente jornada mixta, anexa en la tarde (fundada, tal vez en 1984 o 1985), y supuestamente para “estudiantes de menos recursos”. Yo estudié en ese periodo de años en la jornada de la mañana, cuyos estudiantes miraban con el desdén típico de la fraccionada y esnob sociedad colombiana a los de la tarde por ser aparentemente “pobres”. 

Hoy por hoy, la sede de Chapinero ampliada y renovada inmejorablemente ha quedado para aquella incipiente jornada de la tarde de esos lejanos días. Por su parte, la sede del norte de la ciudad, diseñada desde la década del ochenta, se ha convertido en el amplio y moderno campus para lo que fue la jornada tradicional de la mañana. Desde luego, esta última elitizada y pensada para los “ricos”, la otra -la ubicada en Chapinero- ideada para los otros: “los menos favorecidos”.

Las imágenes y recuerdos que me vienen a la memoria se desprenden de esos años y de la representativa jornada de la mañana de niños y adolescentes de clase media y media alta, que le dieron al colegio el prestigio de ser uno de los mejores colegios de Colombia gracias a los puntajes que los estudiantes obtenían en los exámenes del ICFES, hoy por hoy: Pruebas Saber 11.

Más allá de los resultados de esos exámenes en los que los estudiantes eran exitosos, la educación que recibíamos no era la más integral o la que se debería haber impartido dentro de la Colombia que vivíamos. En retrospectiva, y con el paso de las décadas, puedo evaluar ese tipo de acercamiento pedagógico y lo poco útil que era para nuestra arribista sociedad colombiana, particularmente bogotana.

Veamos, la disciplina se confundía con represión y el objetivo principal que perseguía la administración del colegio, en ese entonces, más que una formación humanista y democrática, era, por un lado, el típico aprendizaje memorístico y por otro, todos los esfuerzos iban encaminados a la preparación de los estudiantes para que obtuvieran un buen puntaje en el ICFES. Lo del puntaje era clave pues de seguir siendo alto, continuaría dándole al colegio el prestigio que ya venía ostentando. Lo que se buscaba en realidad era el posicionamiento del colegio en el ámbito del “marketing” educativo. Este rédito, a toda costa, los curas (o mejor los Hermanos Corazonistas) no lo iban a dejar escapar. La meta era que los pocos que llegaran al grado once sacaran el mejor puntaje del ICFES posible. Y digo “los que llegarán a once”, pues el filtro estaba hecho de una tela muy fina. Se comenzaba con cuatro sextos y unos pocos estudiantes lograban arribar al solitario curso final en el que se tomaría el dichoso examen. Yo arranqué en sexto en 1982 (por aquellas épocas primero de bachillerato), y cuatro años después me dieron la despedida obligada sin alcanzar a sentarme en el frío salón del primer piso, cuya placa rezaba: Once. He de decir que ese momento fue frustrante pero después lo agradecí. 

Pero ¿cómo era esa educación? Aquí les dejaré mis recuerdos y mi subjetiva sentencia de lo anacrónica que era y cómo esa formación estaba totalmente desligada de la realidad social e histórica que se vivía y se vive penosamente todavía en Colombia.


 

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